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La generosidad que aparece implícita al mostrar sensualidad, la aceptación del propio cuerpo como elemento de empoderamiento, la exuberancia en el deseo sexual de las mujeres y una lírica especialmente pasional; todo esto se ha venido manifestado, con mayor o menor sutileza, a lo largo de la Historia de la Literatura en la Poesía Erótica femenina.

 

La existencia de una expresión erótica por escrito ha sido en todas las culturas símbolo de un gran desarrollo en su Literatura. En nuestro mundo judeocristiano, la exquisitez sensual en muchos salmos de El Cantar de los Cantares es un buen ejemplo de ello.

 

«Mi amado es blanco y sonrosado; sobresale entre diez mil. Su cabeza es oro fino. Sus cabellos son ondulados, negros como el cuervo. Sus ojos son como palomas junto a los arroyos de aguas, bañados en leche y sentados sobre engastes. Sus mejillas son como almácigos de especias aromáticas, que exhalan perfumes. Sus labios son como lirios que despiden penetrante aroma. Sus manos son como barras de oro engastadas con crisólitos. Su vientre es como una plancha de marfil, recubierta con zafiros. Sus piernas son como columnas de mármol cimentadas sobre bases de oro. Su figura es como el Libano, escogido como los cedros. Su paladar es dulcísimo; ¡todo él es deseable! Así es mi amado y así es mi amigo, oh hijas de Jerusalén.» (Can. 5:10-16)

En Grecia, la triple dimensión de Safo es indiscutible, dejando a un lado las verdades o medias verdades que sobre ella y su poesía nos han llegado a través de autores clásicos, sabemos que: es la primera poetisa de Occidente, digna y talentosa heredera de las pitias que ofrecían sus oráculos en hexámetros; es la primera mujer que canta su bisexualidad, dando inicio a la literatura erótica griega; es la creadora del paradigma del amor en Occidente, con todos los sentimientos humanos ligados a él: pasión, desilusión, nostalgia, dulzura, ternura, desengaño…etc. Y junto a la gran Safo debemos recordar a Asminda de Creta, a quien conocemos por Plutarco, Corina de Tánagra, coetánea de Píndaro, Telesila, Praxila, Erina, Nóside, Mero y un largo etcétera.

Si damos un salto en el tiempo y nos situamos en el siglo VI, encontramos las frauenlieder, composiciones de la lírica popular con un carácter erótico-amoroso. Fue Wilhem Scherer, filólogo austriaco, quien expone a mediados del siglo XIX, en su correspondencia con colegas de la Universidad de Berlín, que el “yo” femenino contenido en aquellos poemas escritos en alemán medieval, junto con el romanticismo y el gusto por la finura, le han llevado a comparar distintas piezas folclóricas de diferentes países europeos, llegando a la conclusión de que las canciones de amor más antiguas de Europa fueron escritas por mujeres en Alemania y Austria.
La Iglesia reaccionará, pues estos poemas eran un ejemplo palmario de que las mujeres poseían deseo sexual y lo aventaban sin miramiento alguno. Así que Cesáreo de Arlés -autor de la primera regla monástica femenina: Regula ad virgines- que presidió el Concilio de Orange de 529, donde se dio portazo al libre albedrío preconizado por Casiano y Lérins, calificó a estas composiciones femeninas como “cánticos diabólicos y obscenos”.

Junto a esta poesía popular en la Edad Media va apareciendo el fenómeno de las trobairitz, hijas, hermanas o esposas de los protectores de los trovadores, que se atrevieron a expresar sus apetitos carnales de una forma directa, siguiendo los modelos masculinos con los que convivían, pero sus poemas nunca llegaron hasta los cancioneros que hoy son custodiados por las prestigiosas bibliotecas de Europa.
Beatriz de Día fue la más famosa entre las trobairitz, casada con Guilhem de Poitiers, pero enamorada del trovador Raimbaut de Orange. Conocemos versos suyos traducidos al castellano, gracias al estudio de Pilar Cabanes en su obra Escritoras de la Edad Media.
Podría yacer a vuestro lado cuando atardece

y daros un beso apasionado

sabed que tendría el gran deseo

de teneros en lugar del marido

con la condición de que me jurarais

hacer lo que yo quisiera.

 

En España, el castellano toma bríos como lengua romance en una época de lucha más propicio para la épica que para la lírica. La religión católica asfixiante y monolítica de la época propicia un concepto de la mujer ligado al pecado, la provocación y la condena eterna, por lo que la poesía femenina de los cancioneros castellanos contiene versos que tienen que ver con el amor cortés o idealizado, sin referencias corporales ni manifestación erótica alguna. Pero gracias a Eros, en ese tiempo existía también otra España, la de Al-Andalus, con refinadas cortes en la sensual canícula de un sur musulmán.

En la obra, Poesía femenina hispanoárabe encontramos jarchas anónimas de las quiyan, esclavas en la corte, que se dirigen directamente al varón, requiriéndole imperiosamente caricias íntimas y sexo explícito.

 

Amigo mío, decídete,

ven a tomarme,

bésame la boca,

apriétame los pechos;

junta ajorca y arracada.

Mi marido está ocupado.

 

Y junto a estas esclavas, mujeres con nombre propio: Muhya, bint at Tayyani, Walada la Omeya, Zaynab, Hafsa Al Hayy, Umm al-ala Bint Yusuf ó Ibn Zaydun de quien reproducimos aquí unos versos que contienen una sexualidad espléndida.

 

Si hubiese visto falo en las palmeras

me hubiese convertido en pájaro carpintero.

 

El Renacimiento italiano llega como una ventisca de aire fresco a las grises cortes europeas y se pone a rescatar la libertad y la formas elegantes.  Desgraciadamente en nuestro país la pesada tradición religiosa todavía predomina en demasía y el cuerpo femenino es la cárcel del alma. En este contexto y siguiendo la línea más rígida de Trento nos topamos con obras como La perfecta casada de Fray Luis de León y La educación de la mujer cristiana de Vives, con opiniones vertidas sobre las féminas que hoy en día nos parecen aterradoras y sin embargo, siguen impresas en el imaginario masculino en pleno siglo XXI. Así pues, en medio de este panorama férreo y regresivo, la creación poética femenina se refugia en los conventos, convirtiéndose éstos, paradójicamente, en auténticas fortalezas de libertad erótico-mística intramuros. Es aquí donde la pasión amorosa se esconde para sublimarse a través del misticismo. Se utiliza un lenguaje erótico, pasional, elevado, eufórico para referirse al Amado, a Jesús, a María, a los Santos y Apóstoles. Manifestaciones religiosas no exentas de una carga sensual femenina sin parangón por parte de mujeres que, ingresadas en un claustro apenas concluida la niñez y que no pudiendo evitar la excitación carnal, la quintaesencian en el verso místico de alto contenido erótico. Entre estas mujeres destacan: Teresa de Jesús, Sor María de San José, Sor Ana de San Bartolomé, Sor Hipólita de Jesús, Sor María Luisa Antigua y Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras. Los versos que aquí se reproducen son de ésta última.
Todas ellas tuvieron dos enemigos comunes: el confesor y el silencio. Su pasión erótico-mística fue una soterrada exaltación, nuevamente un hecho paradójico que desembocaba en éxtasis o en locura.

 

 

Tan precisa es la apetencia
que a ser amados tenemos,
que aun sabiendo que no sirve
nunca dejarla sabemos.

Que corresponda a mi amor
nada añade, mas no puedo
por más que lo solicito
dejar yo de apetecerlo.

Si es delito, ya lo digo;
si es culpa, ya lo confieso,
mas no puedo arrepentirme
por más que hacerlo pretendo.

Heredero de estos afectos místicos que se elevan hacia la inmensidad es el romanticismo alemán, con autoras como Carolina von Günderrode y Bettina Brentano von Arnim.

Es después del romanticismo cuando nos encontramos una poesía erótica femenina que se expande más dignamente, aunque sus precursoras todavía tuvieron que andar entre arenas movedizas y vincular el deseo sexual y la exaltación de la carnalidad al amor único, verdadero y estereotipado. En las dos orillas atlánticas, Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Juana de Ibarbourou en el siglo XIX nos proclaman su experiencia amorosa y la intensidad de su libido con versos de gran sensualidad. La moderna poesía erótica femenina se convierte tras ellas en un fenómeno literario, cuantitativamente hablando, de enorme trascendencia. Las mujeres irrumpimos con fuerza en todos los ámbitos de la vida, también en Literatura, llevando con nosotras nuevos sentimientos, una sexualidad más libre, una sensualidad basada en la mujer-sujeto, que se revela ante la visión anquilosada masculina de mujer-objeto, una apreciación positiva del cuerpo y su disfrute, mayor libertad en el lenguaje e independencia económica en algunos casos, con la que se apuntaban ya maneras hacia la conquista de la autonomía emocional, asignatura pendiente todavía en la mujeres de hoy. A esto tenemos que añadir la recién despierta conciencia de género (finales del siglo XIX y siglo XX) que se desarrolló en las distintas oleadas del movimiento feminista y que el feminismo construyó conceptualmente, como cuestionamiento del modelo único defendido a capa y espada por un universo masculino y androcéntrico ya desfasado.

Si recordamos la palabras de María Zambrano “atreverse a ser”, éstas simbolizan la superación de la línea roja que se le había marcado a las mujeres a cal y canto. Se empieza por dejar a un lado el posicionamiento pasivo y lastimero, iniciándose en el abordaje y conquista de un lenguaje poético femenino con una auténtica expresión del yo personal y con referencias lujuriosas y carnales sin tabúes. Pura rebeldía, sin duda, que además iba acompañada en ocasiones de humor, lo que resulta en el fondo otra forma de abierto y descarado desafío.

En España la rigidez de las normas educacionales, el poder de la Iglesia, la dictatura y los comportamientos sociales que eran exigidos a las mujeres hicieron que la poesía erótica moderna apareciese más tímidamente, casi escondida bajo el palio del amor conyugal, acorde con lo católico, apostólico y romano. Escritoras como Carmen Conde y Ernestina de Champourcin se permiten ciertas licencias que serán tomadas al vuelo y seguidas por autoras como Susana March, Sagrario Torres y Acacia Uceta. Pero la eclosión, no sólo con poemas sensuales sueltos sino con poemarios enteros de temática erótica y feminista, la encontramos en Centroamérica y Ecuador, lo que hará surgir a posteriori todo un movimiento de mujeres poetas, subversivas, irreverentes y desgarradoras del pasado y sus vetustas vestiduras; como Lidia Dávila, Violeta Luna, Aurora Estrada, ecuatorianas; Ana María Rodas, guatemalteca; Gabriela Cavaría, costarricense; las cubanas, Nancy Morejón y Regina María Rodríguez; y las mexicanas, Frida Varinia y Rosario Castellanos. Para ejemplo de esta insurgencia de fuerte personalidad, que se apropia de un terreno aún no expedito para muchas mujeres, los versos de la grandiosa Ana Istarú, maestra de hambrunas y nocturnas lujurias.

Mi clítoris destella

en las barbas de la noche

como un pétalo de lava

como un ojo tremendo

al que ataca la dicha.

 

La revolución sexual de los años 60 y 70, con una sexualidad diferenciada de la maternidad, la ruptura de los estereotipos de dominio-pasividad, una nueva identidad…etc, trae consigo todo un hermoso contingente de autoras que escriben poesía erótica: Amalia Iglesias, Encarna Pisonero, Ana Rossetti, Isabel Abad, Ángeles Munuera, Beatriz Villacañas, Gioconda Belli y un larguísimo etcétera. Todo este bagaje libídine y literario no ha contado con una adecuada ni amplia difusión, exceptuando la adhesiones inquebrantables que han generado las obras de Rossetti y de Belli. Es por eso conveniente señalar que la poesía erótica escrita por mujeres todavía no está tan prestigiada como la de los varones y prueba de ello es que en las distintas antologías, desde finales de los setenta hasta entrado ya el siglo XXI, la presencia de las féminas es ínfima, en un porcentaje prácticamente de una a siete.

Quisiera, para terminar, reproducir aquí unos versos de la que es, según mi modesta opinión, una de las grandes poetisas del siglo XX, Gioconda Belli, magnífica sucesora de las sibilas griegas, cuya poesía combina la sensualidad del clima centroamericano y la garra de la altivez que sustenta su compromiso con la justicia.

 

Bajar luego a tus piernas

firmes como tus convicciones guerrilleras,

esas piernas donde tu estatura se asienta

con las que vienes a mí

con las que me sostienes,

las que enredas en la noche entre las mías