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Las relaciones de pareja sanas no pueden nunca estar fundadas en los patrones que se nos han venido transmitiendo a través de la socialización y la cultura, como procesos en los que el sufrimiento tiene cabida. De hecho, quien bien nos quiera no nos hará llorar sino reír, y disfrutar de nosotras mismas y de la convivencia en común.

No hay sólo una forma de amar sino muchas y el modelo que venimos siguiendo las mujeres durante siglos está marcado por unos valores y una moral que necesariamente tiene que ser puesta en cuestión.

En la cultura occidental repetimos el modelo del amor romántico que se nos ha venido inoculando a través de películas, canciones, cuentos, refranero, Literatura… No hay más que echar un vistazo a las adúlteras de la Literatura Universal: Ana Karenina, Emma Bovary, Regenta, para ver qué tratamiento han tenido –y qué finales− las mujeres que vivieron la pasión con rebeldía hacia lo establecido. Marcadas por las diferencias de género y los roles injustos, las mujeres hemos sido mostradas al mundo como seres delicadas, sumisas, pasivas… mientras a “los príncipes azules” se les ha presentado como valientes, fuertes, decididos…; cuando lo que hay que enseñar desde la infancia –dado que el amor es un aprendizaje- es que como personas podemos desarrollar nuestras capacidades y potencialidades sin atender a diferencias de género. Aprender la igualdad y no el sexismo es el reto que tenemos como sociedad para prevenir la violencia en las parejas y crear una convivencia más justa entre las personas, sin que las mujeres soportemos las cargas que tenemos derivadas de la discriminación por razones de género. Es importante no olvidar que la violencia tiene su origen en las relaciones desiguales, en donde hay alguien que domina y alguien que está dominada/o, generalmente la mujer.
El amor deja de serlo cuando se manifiesta en forma de acoso, control y/o celos que atacan la autonomía de la persona. Lo insano e intolerable en las relaciones hay que saber identificarlo de inmediato: humillaciones, amenazas, chantajes emocionales, desatención afectiva, presiones o desidia en el aspecto sexual.

Desde el feminismo existen propuestas para amar basadas en el respeto mutuo, la corresponsabilidad, la independencia de la persona, la empatía y la equivalencia de los seres humanos.
¿Cómo revisar nuestros afectos desde la perspectiva de género?

  1. Concediéndonos tiempo para escoger si queremos tener una relación erótico-afectiva y con quien o quienes. No urgiéndonos a compartir nuestros quereres para combatir una soledad en la que hay que saber estar y tolerarla bien.
  2. Aprendiendo a aceptar que las relaciones no siempre duran ni salen bien y que el sentimiento de culpa por ello no tiene que anegarnos el futuro. Deberemos aprender a perdonarnos los errores y a no estar pendientes de ser perfectas porque nadie lo es.
  3. Sabiendo negociar en lo sentimental, porque es preciso establecer límites para salvaguardar un espacio propio y protagónico, sin por ello pretender cambiar a la persona con la que queremos compartir nuestra afectividad erótica y amorosa.

Aprender a amar de una manera diferente y equitativa supone romper con eslóganes y títulos de canciones incrustados en el imaginario femenino desde tiempos inmemoriales. Desde el “eres mi vida y mi muerte/te lo juro compañero” de nuestras abuelas hasta el “sin ti no soy nada” la brecha y la herida de la falta de equidad en las relaciones amorosas sigue abierta y manando. En nuestras manos está el callar y ocultar la insatisfacción e infelicidad derivada de las relaciones desiguales o por el contrario asumir que la idealización del amor romántico no nos sale rentable a nivel emocional ni existencial y que el camino para una relación saludable, hoy y siempre, está en la imaginación, la confianza, el respeto, la atracción y la comunicación asertiva.