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Artemisia Gentileschi fue violada en su juventud por el que era su maestro Agostino Tassi. Ana de Mendoza fue encerrada durante casi 13 años, hasta su muerte, por decisión de Felipe II. Sor Juana Inés de la Cruz fue silenciada y perseguida por Santa Cruz, obispo de Puebla. Todas estas mujeres de tiempos pasados sufrieron violencia física, psíquica y/o simbólica, primero por el hecho de ser mujeres y más tarde, por serlo de un modo inteligente y carismático. Todas ellas intentaron vivir de una manera plena y poderosa a pesar del desalmado androcentrismo que se cernía sobre ellas y su época.
Artemisia llegó a ser la gran pintora del Barroco italiano aun padeciendo un tortuoso proceso tras la denuncia de su violación. Durante la declaración como víctima ante el tribunal se le sometió a humillantes reconocimientos ginecológicos repetidamente y se le torturó, porque los jueces pensaban que mentía, y que sólo bajo tortura obtendrían la verdad. Artemisia vio como sus dedos quedaron quebrados y tullidos de por vida tras su declaración e incluso con esa discapacidad pintó los cuadros más impresionantes sobre heroínas bíblicas de su época. Se le negó la entrada en varias academias de Bellas Artes; no se le encargaban retablos y frescos por ser mujer y se le impuso un matrimonio para “restablecer su honorabilidad”. La primera mujer pintora que aparece en las Enciclopedias sacó adelante ella sola a dos hijas y transmutó todo su dolor en un Arte pictórico que ha eternizado a figuras femeninas.

Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, fue educada en conocimientos de administración de bienes y en el manejo de espada y florete al ser hija única de un gran noble. Su liderazgo aristocrático no le libró del furor de un cruel poder que ante sus amores con Antonio López reaccionó de la peor manera: ordenando su reclusión de por vida. La Plaza de la Hora en Pastrana debe su nombre a la sola hora en que la princesa se asomaba a ver la luz del día. Una mujer que hizo uso de su libertad erótica y afectiva, y que aguzaba su ingenio para subir en el escalafón social, terminó siendo despojada de todos sus bienes y hasta de la custodia de sus hijos/as por un ataque de furia real. Incluso en los momentos más trágicos de su vida conservó una dignidad asombrosa y nunca inclinó su rodilla ante quien le castigó injustificadamente.

Sor Juana Inés de la Cruz vivió su mejor época de producción literaria -en la que abundan admirables sonetos, endechas, glosas, quintillas…etc-, tras despachar a su primer confesor que le pedía silencio y santidad. Después de su mayor obra teológica, la Carta Athenagórica, su obispo le conminó a dejar de escribir y finalmente le obligó a abandonar las Letras. Su célebre Respuesta a Sor Filotea es una brillante defensa del derecho de las mujeres a expresarse con toda libertad y, aunque dejó de publicar, un inventario del Siglo XIX encontró en su celda 15 manuscritos póstumos. Obligada en vida a deshacerse de su biblioteca con más de 4.000 volúmenes, sus instrumentos musicales y geométricos; aún encontró momentos en medio de la congoja para levantar la mirada inspiradora y escribir poemas manuscritos, que fueron escondidos, y que conformaron posteriormente un libro.

El tener referentes de mujeres que padecieron distintos modos de violencia sexista y que avanzaron vitalmente sin caer en el desaliento recuperándose de traumas es preciso para todas las mujeres que sufren este mismo tipo de violencia, bajo distintas formas, en pleno siglo XXI. Porque al igual que nuestras ancestras podremos sin duda ser mujeres en pie, en pie de Vida.