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Gaudencio Remón.
Poeta. Filólogo. Exconcejal de Cultura en el Ayuntamiento de Pamplona/Iruñea.

 

Una orgía entre Gioconda Belli y Simone de Beauvoir

Se escribe – y más en Poesía – lo que se bebe, más aún lo que se ha mamado y aún más lo que se sangra. Las constantes relecturas de Gioconda Belli, el mendrugo de pan arañado en el entorno de una vida nada fácil han configurado la fuerza y la garra, la cintura y la frescura, la vitalidad y el empeño de la voz poética de Fátima Frutos.

La Poesía de Fátima Frutos no es nada ingenua, aunque sí bien intencionada, salobre a veces, salaz las más, nada retórica, clásica en sus citas y ornamentada de una onomástica tal vez excesiva, pero que da cobijo a su compromiso con la vida. Y todo ello bajo el concurso de un léxico ad hoc.

En sus poemas-volcán emanan no sólo la rebelión contra tanta infamia cometida, también la amarga voz de quien grita para que se le oiga y se le entienda. La solidaridad con “las malas”: putas o brujas, elegantes hetairas de Corinto, artistas alanceadas o escritoras desleales con la moral y las buenas costumbres. Por sus versos pasan la inteligentísima y suicida Alfonsina Storni; la desgraciada por amor – ¡qué storniano es todo esto, Fátima! – Camile Claudel; la enigmática devoratontos Mata Hari; la volcánica Isadora Duncan; la terrible Virginia Wolf cuyo suicidio fue tan literario como su vida; la encantadora tuberculosa Marguerite Gautier; la feliz redentora Anaïs; la mínima y máxima Wislawa; la triplemente exiliada María Zambrano; etc. En la mágica brevedad del instante poético Fátima Frutos pone voz a todas ellas, pioneras unas y rebeldes las más, finalmente, mujeres envidiadas porque todas ellas lo fueron por amor, belleza o Poesía, bebieron de la vida los licores prohibidos y apuraron el aire para no morir de asfixia, pirómanas todas.

Fátima Frutos se sitúa en el ámbito de la Poesía de hoy con voz propia: pletórica de fuerza y garra, cintura y mensaje.